27 de Febrero del 2010: Terror. Horror. Incertidumbre. Vergüenza. Miedo.

Esas emociones, en ese orden, fueron las que marcaron ese día desde la madrugada hasta la noche del día siguiente.

TERROR: 3:34 a.m. Dos minutos antes la música, las risas y una conversación agradable llenaban el comedor de una casa de madera donde un amigo cumpleañero celebraba. El movimiento impresionante hacía perder el equilibrio, todos se aferran a algo y las luces se cortan casi de inmediato. Las mujeres gritan y lloran, los hombres gritan también, intentando calmar la situación con frases como «¡ya pasó!» o «¡ya va a pasar!». Desgraciadamente, eso no sucedía y todos vivíamos el par de minutos más largo de nuestras cortas vidas. El ruido ensordecedor de las cosas cayendo y quebrándose sólo oscurecían más nuestros nublados pensamientos. Hasta que todo se calmó.

HORROR: Oscuridad total. Acostumbrando nuestros ojos a ella, poco a poco recorremos la casa, impactados por cómo la violencia del terremoto botó muebles, destrozó paredes, dobló firmes fierros y pulverizó objetos. Pero el mayor horror estaba por venir. Cuando ya amanecía, un grupo decidimos volver a nuestras casas. Recién en el trayecto de Chiguayante (donde estábamos) al centro de Concepción, comenzamos a darnos cuenta de la magnitud del desastre. Derrumbes de cerro cortando el camino en varios puntos, árboles en el suelo, calles levantadas, muros completos destrozados, cables en tierra, edificios con severos daños… cada kilómetro avanzado, cada metro más cerca del centro de la ciudad, el panorama era peor.

Después de dejar a un par de amigos en sus casas recorrimos la calle O’Higgins. Y ahí, casi al final de la avenida, una torre de oficinas casi nueva, lucía devastada por el terremoto. Parecía desnuda de la mitad hacia arriba. Sólo podían verse fierros, destrucción de los muros, muebles colgando y ladrillos desparramados. Pero todavía quedaba lo peor. Enfrentamos la calle Carrera para cruzar el Puente Llacolén y ahí yacía, partido en dos y en el suelo, el Edificio Alto Río. Pensando en la cantidad de gente muerta bajo los escombros, el horror ya era completo.

Pero había más. Pasadas las horas nos enteramos del maremoto, la destrucción de Talcahuano, la desaparición del 80% del pintoresco Dichato y las consecuencias impresionantes de la fuerza del mar en otras localidades y poblados a lo largo del país. Parecía el fin del mundo.

INCERTIDUMBRE: Luego de dos minutos de movimiento intenso, las preguntas se sucedían a la velocidad del rayo: ¿qué pasó? ¿cómo estarán nuestras familias? ¿se sintió sólo en Concepción? ¿de qué intensidad fue? ¿en qué estado se encuentra la ciudad? ¿cuántas réplicas habrá? ¿hubo o habrá maremoto? ¿sobreviviremos? ¿qué pasa en las calles? Las preguntas se acumulaban una tras otra y terminaban por generar un estado de angustia tremendo. Y las sirenas, bocinas, ladridos, réplicas y movimiento de gente no aportaban mucho a la calma.

Poco a poco y sin movernos, cada uno fue sabiendo acerca de sus familiares, mientras la información que algunos vecinos transmitian escuchando Radio Bío Bío, todavía demasiado preliminar, decía que no había grandes daños ni muertes que lamentar ni riesgo de maremoto. Todo lo cual quedaría sepultado más tarde con la cruda realidad.

VERGÜENZA: Ya a las 8 de la mañana, mientras intentábamos cruzar hacia San Pedro de la Paz para dejar a un amigo, fuimos testigos de los primeros saqueos. En un sitio cerrado, varios autos estaban con sus puertas abiertas mientras un tipo se alejaba. Más tarde, a las 11 de la mañana, volvimos al centro y vi cómo el supermercado Lider, con varios de sus amplios ventanales rotos, comenzaba a ser desvalijado. La gente corría con carros para sacar lo que pudiera. Agua y alimentos en un comienzo. Computadores y televisores, después. Esto cruzó todas las clases sociales, desde pobladores en carretillas, hasta tipos en autos prácticamente nuevos. Oportunistas puros y duros. Caraduras. Personas sin Dios ni ley.

Como anécdota y quizás guinda de esta horrible torta, alguien comentaba después que vio en televisión a un tipo con un televisor en la mano al que le preguntaban para qué se lo robaba. «Para ver el Mundial», contestó. Verdad o no, refleja con nitidez que los saqueos no eran cuestión de primera necesidad, de vida o muerte.

Pasadas varias horas, el descontrol de parte de la ciudadanía era total y los asaltos al resto de los supermercados de la ciudad, grandes tiendas, tiendas minoristas, cajeros automáticos, farmacias o lo que fuera, sobrepasó cualquier situación imaginable. La radio informaba que estos mismos locales eran luego incendiados para generar el caos y sembrar la anarquía. Carabineros simplemente no daba abasto y todo amenazaba con transformarse en un infierno.

MIEDO: Con una situación así y muchos rumores circulando, el miedo se instalaba rápidamente. Decían que venían hordas de personas de poblaciones a robar y saquear. Se hablaba (lo que era verdad) de gente intentando entrar a los edificios en San Pedro de la Paz y a sus moradores defender con dientes y uñas lo que es suyo. Fue tanto, que los vecinos de prácticamente todos los barrios de la ciudad debimos organizarnos, construir barricadas, armarnos, etc. para no ser víctima de estos antisociales que creían estar en un paraíso. Haciendo turnos de guardia las 24 horas, en casi todas partes los vecinos lograron controlar la situación.

Mientras, en Radio Bío Bío clamaban porque las Fuerzas Armadas tomaran las riendas del asunto, cuestión que era correcto hacer. Todos los presidentes en Chile que se enfrentaron a una situación así lo hicieron. Pero no, este gobierno tenía que esperar, dándoles tiempo a los delincuentes para continuar con su desenfrenado festín.

La indefinición de la Presidenta en decretar Estado de Catástrofe para imponer orden, porque podía ser mal visto que su período terminara con militares en las calles y traería malos recuerdos de la Dictadura Militar, resulta inexcusable. Demostraba así falta de decisión y liderazgo para actuar ante una crisis. El actuar del gobierno fue francamente patético.

Finalmente ocurrió y día a día, noche a noche, con un Toque de Queda amplio, comenzó a llegar la calma, al menos, para dormir, mientras en medio del polvo y la destrucción la ciudad recién comienza a levantarse.

P.D.: Lamento que haya sido tan largo, pero era necesario. No podía integrar esto al relato, pero acá calza perfecto: ¡Feliz Día a todas las mujeres!

Próxima Actualización: Estoy evaluando publicar un número el Miércoles, pero seguro, seguro, el Viernes 12 de Marzo.

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